jueves, 24 de diciembre de 2015

5.5.1 Contrasta y relaciona las principales concepciones filosóficas que, sobre el ser humano, que se han dado históricamente.


MENTIRA LA VERDAD, EL ALMA I y II

Dario Sztajnszrajber

¿Quién soy yo? ¿Por qué soy así? ¿Qué es este murmullo que discurre en mi interior? ¿Hay algo adentro?
Pero ¿hay un adentro? ¿Hay algo más que huesos, sangre, órganos, tejidos? ¿Hay algo más que cuerpo?
Una de las teorías más famosas que se ha desarrollado en la filosofía occidental sostiene que adentro nuestro habita un alma. Pero ¿qué es el alma? ¿Sigue siendo el alma hoy una metáfora vigente? ¿Hay algo que sobrevive al cuerpo cuando muere?

Históricamente, lo humano se va constituyendo desde la autoconciencia. ¿Qué es la autoconciencia? Es la conciencia que los humanos tenemos de todos nuestros actos. O sea, no solo pensamos, sino que sabemos que pensamos. Así se origina el yo, la conciencia del yo, el sabernos un yo.

¿Corresponde el yo a toda mi persona o solo a una parte? ¿Está el yo adentro? Sobre el tema conviven dos posiciones muy polarizadas.

Según la primera, ante la pregunta "¿Hay algo más?" la respuesta es "No, somos solo cuerpo". La clave es ubicar todo estado mental en el funcionamiento orgánico del cerebro. Según esta postura, no hay nada más que un cerebro en interdependencia con el resto del cuerpo. Cuanto más investiguemos la naturaleza de la actividad cerebral, más sabremos acerca de nosotros mismos.

Sin embargo, hay algo que no explica la posición científica: ¿cómo se produce la conexión entre los estados cerebrales y los estados mentales, entre un órgano corporal y nuestra conciencia? ¿Tengo que aceptar que este cúmulo de ideas, sensaciones, emociones, imaginaciones, estados de ánimo que circulan aquí adentro puedan reducirse solo a funciones corporales?

La otra postura es la que ha dominado en la tradición occidental y que ha atravesado al discurso religioso y filosófico con un elemento clave: la idea de alma.

Pero ¿qué es el alma? Hay muchas definiciones, pero en lo primordial la idea de alma viene a explicar ese algo más que convive con el cuerpo. No se puede reducir nuestra intimidad reflexiva y emocional a una cuestión biológica. 
No somos una especie más de la naturaleza. El cuerpo nos animaliza, nuestra interioridad nos da indicios de ser diferentes.

También es cierto que hay dos grandes maneras de pensar el alma: en un caso, el alma es asimilable al concepto de vida. El alma sería algo así como una energía interior que anima, que enciende y que sostiene lo corpóreo. Si el alma es solo vida, entonces, el alma muere cuando el cuerpo muere.

Frente a ello surgió otra manera de definir al alma, más ligada a la necesidad de hallar algún elemento que nos trascienda y nos garantice una continuidad más allá de la muerte.
Al alma se la identifica con toda actividad incorpórea de lo humano. Lo espiritual. Lo psíquico. Lo mental. Lo intelectivo. Hay algo que trasciende y sobrevive al cuerpo. Decía Plotino "El alma es la presencia de lo infinito en lo finito".

Así como el alma y sus funciones nos iban diferenciando del resto de los seres animados e inanimados, la especie humana también se dedicó a no socializar el alma para todos. Cuando hubo que discriminar y exterminar, nada mejor que privar de alma a algunos y convertirlos en bestias desalmadas.

El siguiente paso fue fundar la idea de la unidad esencial del alma, o sea, no solo hay alma, sino que hay una sola cuya función es la de servir de unidad y soporte a la totalidad de los rasgos cambiantes de lo humano.

En Grecia convivían dos almas diferentes, que no se pensaban como unidad. Una que regía en la vigilia y otra, en el sueño. La primera como fuerza vital y la segunda como una entidad libre y autónoma. En Homero, la palabra "psyche", remite al instante en que el alma abandona el cuerpo al morir.

Más que una fuerza vital, la "psyche" expresa la autonomía humana que trasciende a la misma vida terrenal aunque sin conservar, justamente, la fuerza que le brindaba el alma de la vigilia. No es casual que por ello las almas de los muertos sean más bien espectros o fantasmas a los que siempre les falta algo.

En Grecia se va conformando la idea del dualismo, la separación del alma y del cuerpo con una fuerte connotación negativa. En el Fedón, Platón lo expresa con una famosa fórmula: el cuerpo es la cárcel del alma.

El alma busca poder retornar al mundo verdadero, pero su prisión corporal la incita a la materialidad, a los placeres terrenales: la fama, el poder, el dinero. Las almas van a poder trascender su prisión corporal en la medida en que, durante su vida mundana, cumplan con su principal mandato: conocerse a sí mismas.

Con Platón la idea de alma resalta su aspecto racional y que luego, en Aristóteles, va a continuar ejerciendo el control sobre el resto de las funciones humanas.

Si en Platón el alma accede a la realidad verdadera deshaciéndose de su cuerpo, en Agustín, el alma accede a la verdad con la introspección. "Conócete a ti mismo y conocerás a Dios". La idea de alma se instala así en el pensamiento clásico como algo interior y trascendente.

Cuando en la modernidad el mundo religioso pierde fuerza, ¿cuál será el destino del alma? ¿Se perderá junto a las metáforas religiosas o permanecerá oculta en el interior de las nuevas ideas? ¿O no será nuestra idea del yo una nueva manera de seguir creyendo en el alma?

Toda la teología cristiana va a padecer, en los inicios de la modernidad, el impacto de la gran revolución cartesiana.
La modernidad de Descartes se encuentra en haber traducido la idea de alma tradicional a los nuevos tiempos. Se va generando una concepción del yo como pura actividad racional, resguardando el dualismo, pero descartando la metafísica antigua. Somos alma y somos cuerpo, somos sustancia pensante y sustancia extensa.

Descartes se decide, en un libro con claras resonancias agustinianas, "Las meditaciones metafísicas", a narrar en primera persona su propia búsqueda de una verdad. Si en San Agustín la búsqueda estaba inspirada por Dios, aquí se halla motivada por el deseo de cuestionar todo saber. Solo es verdadero aquello que resiste a la duda más radical. Descartes destruye todos los saberes buscando encontrar algún conocimiento firme. Duda de todo, pero hay algo de lo que no puede dudar.

La solución es bien conocida: nos engañen o no los sentidos, estemos dormidos o despiertos, nos esté confundiendo o no el genio maligno, de lo que no puedo dudar es de que estoy dudando. Si dudo, pienso y, si pienso, existo. "Pienso, luego existo". Una fórmula que nos dice que, en el discurrir de mi pensamiento, alcanzo una primera evidencia interior: si yo estoy pensando, tengo que estar existiendo.

Mi cuerpo, el mundo, el otro, todo se me desvanece frente a la duda, salvo mi propia actividad mental. Es como si dijera que lo único de lo que no puedo dudar es de mi yo pensando. Mi yo en acción.

A partir de Descartes, el hombre moderno va a eliminar todo vestigio teológico en la idea del yo. El alma se vuelve un concepto secularizado. Suponemos una interioridad racional que se define a sí misma con total autonomía de sus determinaciones históricas y culturales. Nace el sujeto moderno.

Hay una primera crítica fuerte a la idea de alma que se la debemos al empirismo. Si solo tenemos acceso a nuestras manifestaciones, ¿cómo sabemos que por detrás habita un yo que no puede verse ni oírse ni tocarse? ¿Y si detrás no hubiera nada?

Para Marx, el sujeto libre y autónomo, fundamento del sentido de las cosas, no es sino el sujeto burgués. El ser humano se piensa a sí mismo de diversos modos, pero dependiendo del interés de dominación de cada sociedad. El yo individual así como su antepasado, el alma, son construcciones del poder para legitimarse a través del derecho, la política o la religión. El alma es un excelente mecanismo de sometimiento, más si va unida a una promesa de inmortalidad.

Somos especie e individuos al mismo tiempo. Priorizar al yo es ponderar solo un polo de nuestra tensión constitutiva. En este régimen productivo que es el capitalismo, el individualismo se ha vuelto la filosofía necesaria para sostener al sistema. Los individuos libres son puestos en circulación 
como mercancías para intercambiar su fuerza de trabajo, como si la clase obrera pudiera elegir libremente el trabajo que desea realizar.

En Nietzsche surge con fuerza la cuestión del cuerpo. Somos un campo de batalla de fuerzas instintivas que potencian la vida. La idea de alma surge como un intento de apaciguar una lucha de sensaciones y deseos que incluso pueden autodestruirnos. 
Creamos al yo para soportar la intensidad de la existencia. 

Cuanto más se racionaliza el alma, más se desprecia la vivencia de lo corpóreo que, para Nietzsche, constituye nuestra relación más originaria con las cosas. Básicamente, Nietzsche va a cuestionar la razón centrada en el sujeto. No somos solo alma, sino que también y antes que nada somos un cuerpo. Pero, entonces, ¿por qué nos pensamos sólo como seres racionales?

Mostrar nuestros aspectos irracionales es la gran novedad de Nietzsche, que se va a profundizar con las ideas de Freud. Nuestra conciencia no define lo que somos. Hay fuerzas inconscientes que se han formado en nuestra infancia y que condicionan nuestros deseos y lo que somos. El sujeto no es dueño de sí mismo, tampoco es transparente y además está dividido. La teoría del inconsciente termina de descentrar a la conciencia como fundamento de lo humano.


Paul Ricoeur denominó "maestros de la sospecha" a Karl Marx, Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud. Hay fuerzas que nos dominan para los maestros de la sospecha. Fuerzas económicas, instintivas o inconscientes.

La mayoría de las teorías del alma y de las filosofías del yo han configurado un ser humano más bien cerrado. No somos máquinas autómatas regidas ni por el dogma ni por el consumo compulsivo. No somos solo cuerpos disciplinados y almas obedientes. Somos la conciencia partida entre lo que creemos poder ser y lo que nos condiciona. Somos lo que abre.


Para Sartre la conciencia es lo que introduce la negación en el mundo. El ser humano es el ser por el que la nada viene al mundo. La conciencia existe como separación o distanciamiento del ser. No tenemos esencia o naturaleza, somos lo que no es, somos nada. Nuestro ser consiste en ser libres, en no ser nada determinado. No hemos sido creados para ningún fin, esto es lo contrario a lo que ocurre con los artefactos que fabricamos.  No hemos sido por tanto creados ni por Dios, ni por la evolución ni por ninguna otra cosa.










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