lunes, 8 de noviembre de 2010
Semmelweis
Ignaz Semmelweis fue un médico húngaro del siglo XIX, que murió en un asilo a los 47 años de edad por demostrar una teoría de la que estaba totalmente convencido.
Al comienzo de su llegada al servicio de maternidad del Hospital de Viena, Semmelweis observa con preocupación la alta tasa de mortalidad entre las parturientas, que fallecían entre fuertes dolores, una fiebre alta y un intenso olor fétido. El hospital disponía de dos salas de partos. En la primera, la mortalidad media era del 30%, pero a comienzos de 1846 se elevó al 96% de parturientas fallecidas. Semmelweis preocupado, comienza un estudio para ver la diferencia entre las dos salas. En la primera, dirigida por el doctor Klein, los partos eran atendidos habitualmente por los estudiantes de medicina, que atendían a las mujeres después de sus clases de medicina forense. En cambio en la segunda sala, dirigida por el doctor Bartch, las mujeres eran atendidas por matronas, pero cuando los estudiantes visitaban esta sala, aumentaba la mortalidad.
Esto lleva a Semmelweis a formular una ingeniosa teoría, que los estudiantes de medicina transportaban algún tipo de materia putrefacta, desde la sala de anatomía hasta las mujeres, siendo este el origen de la sepsis puerperal.
El doctor Klein, indignado, no está de acuerdo con estas teorías y achaca el problema a la brusquedad de los estudiantes a la hora de realizar los exámenes vaginales a las pacientes. Klein llega a expulsar a 22 de sus estudiantes, quedándose tan sólo con 20, pero esto no mejora la situación entre las mujeres que acuden a la clínica para dar a luz.
Ignaz entonces decide instalar unos lavabos a la entrada de la sala de partos y obliga a los estudiantes y matronas a lavarse las manos antes de atender a las pacientes. Su jefe, el doctor Klein, decide despedirlo. Emprende un viaje de dos meses por Europa. A la vuelta conoce la noticia de la muerte de Kolletchka, profesor de anatomía, tras producirse una herida durante una disección y desarrollar unos síntomas similares a los de la fiebre puerperal. Este hecho le convence de que la causa son ciertos exudados presentes en los cadáveres.
Pasa a formar parte del equipo del doctor Bartch. A petición suya los estudiantes de la sala del profesor Klein pasan a la sala del profesor Bartch: es mayo de 1847, y ese mes la mortalidad en esta sala sube del 9 al 27%. Prepara una solución de cloruro cálcico para obligar a los estudiantes que hayan estado trabajando en el pabellón de disecciones a lavarse las manos antes de atender a las embarazadas, con lo que la mortalidad desciende al 12%. Decide extender la práctica del lavado con cloruro cálcico a cualquiera que vaya a examinar a las embarazadas, y la mortalidad cae al 0,23%.
Quizá por envidia o por vanidad, los principales cirujanos y obstetras ignoran o rechazan su descubrimiento. Llegan a afirmar que es imposible reproducir los resultados de su experimento, y que ha falseado las estadísticas obtenidas. Sólo cinco doctores apoyan públicamente a Ignaz, pero de nada sirve y es nuevamente expulsado de la maternidad, prevaleciendo la opinión del doctor Klein.
Se traslada a su ciudad natal, en plena revolución húngara, y un amigo lo encuentra meses después viviendo en la miseria, con un brazo y una pierna fracturados, y hambriento. Gracias a este amigo, es admitido en la maternidad del Hospital de San Roque, dirigida por el doctor Birley, donde prosigue con sus investigaciones.
A la muerte de Birley, es nombrado director de la maternidad, momento en el cual aumentan las muertes por sepsis puerperal: sus recomendaciones son totalmente ignoradas deliberadamente e incluso se adoptan medidas contrarias por parte de médicos rivales de Semmelweis.
Esto y una carta abierta a los tocólogos a los que llama asesinos, empeora su situación pública, provoca un declive personal e intelectual que lo lleva a pegar carteles por toda la ciudad advirtiendo a los padres de las mujeres embarazadas del riesgo que corren si acuden a los médicos.
Es internado en un asilo, del que sale dado de alta, tras observarse en él una mejoría. Entonces acude al pabellón de anatomía del hospital, y delante de todos los alumnos, abre un cadáver y utiliza el mismo bisturí para provocarse una herida. Tras unas semanas de fiebres intensas y con los mismos síntomas que vio en tantas mujeres embarazadas antes de morir, él mismo fallece en brazos de su profesor a los 47 años de edad.
Actualmente se le considera el precursor de la antisepsia y gracias a él se han salvado muchas mujeres. Algunos años después Luis Pasteur publicaría la hipótesis microbiana y Joseph Lister extendería la práctica quirúrgica higiénica al resto de especialidades médicas.
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