martes, 10 de febrero de 2015

EL LENGUAJE




MENTIRA LA VERDAD

Todo es texto: lo que digo, lo que pienso, incluso lo que hago. Como dice Jacques Derrida, no hay nada por fuera del texto. Todo es lenguaje, nada hay por fuera del lenguaje. Pero, si todo es texto y nada hay por fuera, ¿a qué se refieren las palabras? ¿De qué habla el lenguaje?¿Habla de las cosas o habla de sí mismo? ¿Hay algo que podamos pensar sustraído al lenguaje?

¿Qué es el lenguaje? ¿Cómo lo fuimos pensando a lo largo de la historia? ¿Es cierto que el hombre es hombre y además habla así como además camina, además respira o además duerme? ¿O es al revés y el habla nos hace hombres? ¿El hombre habla o el lenguaje nos constituye como hombres? Pero, entonces, ¿hay algo por fuera del texto o somos meras textualidades? ¿Y, si somos palabras, quién nos escribe? 

Pero ¿cómo pensó la filosofía al lenguaje? O mejor dicho, ¿cómo pensó el lenguaje filosófico al lenguaje?
En un primer momento, nuestra cultura supuso que el pensamiento humano podía captar la naturaleza de lo real y expresarlo por medio del lenguaje. El lenguaje sería un mero medio. El medio cuya función es la de expresar, o sea, sacar afuera y poner en circulación el sentido de las cosas. Lo que está en juego es el literalismo, entender que el lenguaje es como un espejo que debe lograr la transparencia absoluta. En el literalismo, cada palabra, cada ley gramatical y cada significado funcionan transportando literalmente lo que en la realidad sucede.

Las dos fuentes de la cultura occidental, la tradición bíblica y la filosofía griega, parten de concepciones esencialistas y realistas del lenguaje. Esto significa que se supone un momento originario donde las palabras y las cosas convergían en una sana armonía y, por algún que otro motivo, esta armonía se quebró. Nuestro lenguaje tiende a la esquematización binaria, a las lecturas dicotómicas, al pensamiento bipolar. Es el lenguaje de la metafísica. No hay gramática que funcione si no se respetan los principios más rígidos de la lógica. Y, sin embargo, el mismo lenguaje ha dejado abierta la posibilidad de su propia superación. Los más grandes proyectos vanguardistas surgieron desde el lenguaje contra el lenguaje mismo. 

El crátilo es un diálogo de Platón que tematiza el problema del lenguaje. ¿Reflejan o no las palabras las esencias de las cosas? Se trata de una discusión sobre la exactitud de los nombres. De un lado está Crátilo, quien sostiene que los nombres son literales y revelan la naturaleza de las cosas. Del otro lado está Hermógenes, quien cree que los nombres son producto de la convención. Y en el medio está Sócrates, que critica ambas posturas. De lo que se trata es de conocer a las cosas mismas para llegar a los nombres y no al revés. Es el clásico camino platónico. Los nombres son mediaciones, degradaciones de la verdad y, si hay mediación, hay distorsión. Pero toda la posición platónica está basada en que existe una realidad trascendente más perfecta que nuestro mundo. Y, en la medida en que así lo sostengamos, siempre el lenguaje va a poseer la necesidad de hacer corresponder las palabras y las cosas.

Pero no solo en el pensamiento griego se van planteando estas tensiones. En la Biblia la cuestión del lenguaje también es ambigua. Primero y principal, la Biblia es la palabra de Dios revelada a los hombres, o sea que todo lo que hay se nos revela como un texto.  Nuestro conocimiento de las cosas es a través de un texto. Podemos debatir si es verdadero o no, pero igual es un texto. Dios nos revela el contenido del mundo a través de un texto. ¿Por qué? Porque Dios mismo es palabra y es palabra creadora. Dios dice: "Hágase la luz" y la luz se hace. Como dice el poeta Edmond Jabès, Dios es porque es en el libro. No solo Dios es palabra en el sentido teológico, sino que Dios mismo es una palabra y es el personaje del libro.  
Todo se va configurando desde el relato de la torre de Babel hacia la pregunta por el origen. ¿Hay una realidad por debajo de la diversidad de significados que postulan los lenguajes? ¿O cada lenguaje crea su mundo y por eso no es todo traducible? Y, si no todo es traducible, ¿no se vuelven más interesantes aquellas zonas de sentido que permanecen en los márgenes, aquellas zonas que no se pueden traducir?

No es casual que haya surgido del lado del arte y, en especial de la poesía, una fuerte crítica contra la racionalización del lenguaje. Es el origen del romanticismo, que comenzó a cuestionar la frialdad y la cosificación de un lenguaje solo preocupado en el uso correcto de sus leyes, en la deducción válida de todas sus conclusiones y en la desambiguación de todo su significado.  La riqueza del lenguaje empezaba en el punto opuesto. "Dios no es un matemático –decía Hamond–, sino un poeta". La poesía podía superar las deficiencias del lenguaje racional ya que incorporaba toda una dimensión más profunda reencantando un mundo desgarrado por el hombre moderno.

Si Dios es un poeta, nuestro mundo es un poema y, en un poema, son otros los tiempos, son otros los significados, son otras las funciones que cumplen las palabras. Un poema es una totalidad abierta y hay un objetivo opuesto al del lenguaje comunicativo. No se busca lo común, sino la diferencia. No se pretende que todo el mundo entienda lo mismo, sino que cada uno se pierda con su propia lectura. La poesía está hecha de palabras, pero rompe la gramática.  ¿Se puede hablar el lenguaje de la poesía en la vida cotidiana?

 Nuestro lenguaje tomó el camino de la metafísica,  pero ¿cómo salir de él?  ¿Cómo poder salir del lenguaje si todo es lenguaje?  ¿Qué pasaría si todo es metáfora? ¿Qué pasaría si la metáfora añadiera,  agregara, excediera significado?  ¿Qué pasaría si cada palabra arrastrara con ella  otras múltiples posibilidades de ser?
 Si todo es metáfora,  antes que nada tendríamos que hacer explotar la propia,  incluso esta misma que permite que nos estemos comprendiendo. Solo se puede salir de la metáfora haciéndola implotar contra sí misma.  En la vanguardia surrealista,  se propone como método para escribir un poema  que cada nuevo término  no tenga relación lógica con el anterior. En otra vanguardia, como dadá, se parte en su manifiesto de una definición contundente. Dadá no significa nada.

 Las vanguardias artísticas de principio del siglo XX  buscaron escaparle al lenguaje  desde el desarrollo de una poesía de ultrarruptura  que terminara de subvertir la naturaleza misma de todo lenguaje posible su legalidad. Disuelta la legalidad del lenguaje,  se nos disuelve una manera única de ordenarse lo real.  Pero, entonces, ¿qué queda de lo real?
 Dice Nietzsche:  "No podemos desembarazarnos de la idea de Dios  porque aún seguimos creyendo en la gramática.  Nuestro lenguaje tomó el camino de la metafísica,  pero lo real siempre puede ser de otra manera".  ¿O no?  Pero ¿qué quiere decir Nietzsche?  ¿Podemos dejar de hablar el lenguaje?  ¿O se trataría de encontrar otras formas posibles del habla?
  "El significado de una palabra es su uso en el lenguaje",  decía Wittgenstein.  Que las palabras se refieran a las cosas  es una de las tantas formas de hablar,  pero no es la única.  Es uno de los tantos juegos de lenguaje posibles.

 El punto más importante aquí es el descentramiento del lenguaje.  Como dice Derrida,  nada hay fuera del texto  y esto es establecer una profunda fractura  entre las palabras y las cosas,  pero, entonces,  ¿no nos es, en principio, posible pensar que primero hablamos  y después, dependiendo del modo en que hablamos,  constituimos lo real?
 ¿Y qué pasaría si además aceptásemos que no hay un lenguaje único,  sino que va mutando con el tiempo?  ¿Y qué pasaría, para peor, si nos diéramos cuenta  de que no hablamos un lenguaje,  sino que el lenguaje nos habla?
  
Todos los términos poseen múltiples significados,  pero la historia efectiviza a algunos por sobre otros.  Si el poder se entrama en las palabras,  también es cierto que el lenguaje nos emancipa,  nos subvierte, nos poetiza.

 A veces parece que no hablamos un lenguaje,  sino que el lenguaje nos habla.  Creemos que lo utilizamos,  pero él nos trasciende y nos condiciona.  Es cierto que todo significa ya siempre algo,  pero todo puede significar mucho más  porque en todo sistema cerrado habita la fisura  y lo humano es básicamente una fisura,  una línea de fuga,  un escape,  una diferencia.

 Tal vez de lo que se trate  sea de recuperar el sentido olvidado de las palabras  y rescatar así el carácter indecidible  y abierto del lenguaje.  Si nada hay fuera del texto,  de nosotros depende que las palabras que somos  se vuelvan poesía.





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