Miguel de Unamuno
Niebla (último capítulo)
Cuando
saltando en la cama olió a su amo muerto, olió la muerte de su amo,
envolvió a su espíritu perruno una densa nube negra. Tenía experiencia
de otras muertes, había olido y visto perros y gatos muertos, había
matado algún ratón, había olido muertes de hombres, pero a su amo le
creía inmortal. Porque su amo era para él como un dios. Y al sentirle
ahora muerto sintió que se desmoronaban en su espíritu los fundamentos
todos de su fe en la vida y en el mundo, y una inmensa desolación llenó
su pecho.
Y acurrucado a los pies de su amo muerto pensó así:
¡Pobre
amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Se ha muerto; se me ha muerto! ¡Se muere
todo, todo, todo; todo se me muere! Y es peor que se me muera todo a que
me muera para todo yo.
¡Pobre
amo mío!, ¡pobre amo mío! Esto que aquí yace, blanco, frío, con olor a
próxima podredumbre, a carne de ser comida, esto ya no es mi amo. No, no
lo es. ¿Dónde se fue mi amo?, ¿dónde el que me acariciaba, el que me
hablaba?
¡Qué
extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos
acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y
cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de
saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en
otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si
hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay éste.
Y
luego habla, o ladra de un modo complicado. Nosotros aullábamos y por
imitarle aprendimos a ladrar, y ni aun así nos entendemos con él. Solo
le entendemos de veras cuando él también aúlla. Cuando el hombre aúlla o
grita o amenaza le entendemos muy bien los demás animales. ¡Como que
entonces no está distraído en otro mundo ...! Pero ladra a su manera,
habla, y eso le ha servido para inventar lo que no hay y no fijarse en
lo que hay. En cuanto le ha puesto un nombre a algo, ya no ve este algo;
no hace sino oír el nombre que le puso o verlo escrito. La lengua le
sirve para mentir, inventar lo que no hay y confundirse. Y todo es en él
pretextos para hablar con los demás o consigo mismo. ¡Y hasta nos ha
contagiado a los perros!
Es
un animal enfermo, no cabe duda. ¡Siempre está enfermo! ¡Sólo parece
gozar de alguna salud cuando duerme, y no siempre, porque a las veces
hasta durmiendo habla!
Y esto también nos ha contagiado. ¡Nos ha contagiado tantas cosas!
¡Y
luego nos insulta! Llama cinismo, esto es, perrismo o perrería, a la
impudencia o sinvergüencería, él, el animal hipócrita por excelencia. El
lenguaje le ha hecho hipócrita.
Como
que la hipocresía debería llamarse antropismo si es que a la impudencia
se le llama cinismo. ¡Y ha querido hacernos hipócritas, es decir,
cómicos, farsantes, a nosotros, a los perros! A los perros, que no
fuimos sometidos y domesticados por el hombre como el toro o el caballo,
a la fuerza, sino que nos unimos a él libremente, en pacto
sinalagmático, para explotar la caza. Nosotros le descubríamos la pieza,
él la cazaba y nos daba nuestra parte. Y así, en contrato social, nació
nuestro consorcio.
Y
nos lo ha pagado prostituyéndonos e insultándonos. ¡Y queriendo
hacernos farsantes, monos y perros sabios! ¡Perros sabios llaman a unos
perros a los que les enseñan a representar farsas, para lo cual les
visten y les adiestran a andar indecorosamente sobre las patas traseras,
en pie! ¡Perros sabios! ¡A eso le llaman los hombres sabiduría, a
representar farsas y a andar sobre dos pies!
¡Y
es claro, el perro que se pone en dos pies va enseñando impúdica,
cínicamente, sus vergüenzas, de cara! Así hizo el hombre al ponerse de
pie, al convertirse en un mamífero vertical, y sintió al punto vergüenza
y la necesidad moral de taparse las vergüenzas que enseñaba. Y por eso
dice su Biblia, según les he oído, que el primer hombre, es decir, el
primero de ellos que se puso a andar en dos pies, sintió vergüenza de
presentarse desnudo ante su Dios. Y para eso inventaron el vestido, para
cubrirse el sexo. Pero como empezaron vistiéndose lo mismo ellos y
ellas, no se distinguían entre sí, no se conocían siempre y bien el
sexo, y de aquí mil atrocidades ... humanas, que ellos se empeñan en
llamar perrunas o cínicas. Ellos, los hombres, que son quienes nos han
pervertido a los perros, quienes nos han hecho perrunos, cínicos, que es
nuestra hipocresía. Porque el cinismo es en el perro hipocresía, así
como en el hombre la hipocresía es cinismo. Nos hemos contagiado unos a
otros.
Se
vistió el hombre, primero, con el mismo traje ellos y ellas; mas como
se confundían, tuvieron que inventar diferencia de trajes y llevar el
sexo al vestido. Esos pantalones no son sino una consecuencia de haberse
el hombre puesto en dos pies.
¡Qué extraño animal es el hombre! ¡No está nunca en donde debe estar, que es a lo que está, y habla para mentir y se viste!
¡Pobre
amo! Dentro de poco le enterrarán en un sitio que para eso tienen
destinado. ¡Los hombres guardan o almacenan sus muertos, sin dejar que
perros o cuervos los devoren! Y que quede lo único que todo animal,
empezando por el hombre, deja en el mundo: unos huesos. ¡Almacenan sus
muertos! ¡Un animal que habla, que se viste y que almacena sus muertos!
¡Pobre hombre!
¡Pobre
amo mío!, ¡pobre amo mío! ¡Fue un hombre, sí, no fue más que un hombre,
fue sólo un hombre! ¡Pero fue mi amo! ¡Y cuánto, sin él creerlo ni
pensarlo, me debía ...!, ¡cuánto! ¡Cuánto le enseñé con mis silencios,
con mis lametones, mientras él me hablaba, me hablaba, me hablaba!
¿Me
entenderás?, me decía. Y sí, yo le entendía, le entendía mientras él me
hablaba hablándose y hablaba, hablaba, hablaba. Él al hablarme así
hablándose hablaba al perro que había en él. Yo mantuve despierto su
cinismo.
¡Perra
vida la que ha llevado, muy perra! ¡Y grandísima perrería, o mejor,
grandísima hombrada la que le han hecho esos dos! ¡Hombrada la que
Mauricio le ha hecho; mujerada la que le ha hecho Eugenia! ¡Pobre amo
mío!
Y
ahora aquí, frío y blanco, inmóvil, vestido, sí, pero sin habla ni por
fuera ni por dentro. Ya nada tienes que decir a tu Orfeo. Tampoco tiene
ya nada que decirte Orfeo con su silencio.
¡Pobre
amo mío! ¿Qué será ahora de él? ¿Dónde estará aquello que en él hablaba
y soñaba? Tal vez allá arriba, en el mundo puro, en la alta meseta de
la tierra, en la tierra pura toda ella de colores puros, como la vio
Platón, al que los hombres llaman divino; en aquella sobrehaz terrestre
de que caen las piedras preciosas, donde están los hombres puros y los
purificados bebiendo aire y respirando éter. Allí están también los
perros puros, los de San Humberto el cazador, el de Santo Domingo de
Guzmán con su antorcha en la boca, el de San Roque, de quien decía un
predicador señalando a su imagen: ¡Allí le tenéis a San Roque, con su
perrito y todo! Allí, en el mundo puro platónico, en el de las ideas
encarnadas, está el perro puro, el perro de veras cínico. ¡Y allí está
mi amo!
Siento
que mi espíritu se purifica al contacto de esa muerte, de esta
purificación de mi amo, y que aspira hacia la niebla en que él al fin se
deshizo, a la niebla de que brotó y a que revertió. Orfeo siente venir
la niebla tenebrosa ... Y va hacia su amo saltando y agitando el rabo.
¡Amo mío! ¡Amo mío! ¡Pobre hombre!
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