sábado, 17 de septiembre de 2011

TEXTOS TEMA 1: MICHEL ONFRAY

MITO Y RAZON

 Antimanual de filosofía Michel Onfray


La permanencia de lo irracional se comprueba fácilmente. Desde el comienzo del pensamiento, antes de la filosofía propiamente dicha (siglo vi antes de Jesucristo, al menos en Europa occidental), se cree en los mitos, que expresan un pensamiento mágico e irracional y están plagados de dioses que adquieren la forma de animales, de bestias que copulan con humanos engendrando posibles criaturas (el centauro, por ejemplo, mezcla de caballo y hombre, o el Minotauro, cabeza de toro sobre cuerpo de hombre), de nacimientos que tienen lugar por la pierna (preguntad a Júpiter), de herreros que trabajan en el epicentro de los volcanes (ved a Vulcano), una mujer escondida en una becerra de madera para ser fecundada por un toro (así, Pasífae que da nacimiento al Minotauro)-, esperma transformado en espuma sobre las olas, etc.


La mitología forma el pensamiento primitivo y las religiones se apoyan
en este pensamiento irracional: ¿cómo, si no, comprender el cristianismo cuando presenta a una mujer engendrando a un niño sin la ayuda de un padre, un hombre que trasforma el agua en vino, multiplica los peces, camina sobre el agua, resucita a los muertos y se aplica la receta a él mismo, tres días después de haber sido torturado y crucificado? En la mitología y la religión, la prueba no sirve de nada, la deducción tampoco, no más el uso de la razón, la reflexión, el análisis o el espíritu crítico. Ninguna necesidad de pensar, de hacer funcionar la inteligencia: creer basta; después, obedecer. La adhesión se solicita, cuando no se fuerza a ella, pues la comprensión no es de ninguna utilidad. De lo irracional se valen con frecuencia los individuos retorcidos y decididos a guiar a los hombres y a mantenerlos en un estado de sujeción.

Tengo miedo, luego existo...

¿De qué lógica procede lo irracional? Del miedo al vacio intelectual, de la angustia ante la evidencia difícilmente aceptable, de la incapacidad de los hombres para asumir su ignorancia y la limitación de sus facultades, entre ellas la razón. Donde pueden decir «no sé» o «ignoro por qué», «no comprendo», inventan historias y creen en ellas. Para no tener que transigir con un cierto número de evidencias, con las cuales, sin embargo, hay que contar (la vida es corta; pronto vamos a morir -incluso si es hasta los cien años, es corta frente a la eternidad de la nada de la que venimos y hacia la que vamos...-; tenemos poco o ningún poder sobre el desarrollo de esta breve existencia; después de la muerte no hay nada más que descomposición, y no una vida bajo distinta forma, etc.), los hombres inventan ficciones y les piden auxilio.


Lo irracional colma las brechas que la razón abre al destruir ilusiones.
Incapaces de vivir únicamente según lo real racional, los humanos construyen un mundo completamente irracional más fácil de habitar al estar provisto de creencias que procuran una aparente paz con uno mismo. ¿El rayo cae sobre un árbol? Un hombre de la Antigüedad grecorromana no sabe por qué, e inventa un dios malvado, vengador, al tanto de las corrupción humana, que utiliza el rayo para corregir a sus semejantes. Zeus y sus relámpagos, he aquí la razón de la tormenta griega o romana. Más tarde, el mismo rayo percibido por un hombre del siglo XX, un poco al corriente de la física moderna, se convierte en la resultante de un intercambio de polaridad entre nubes cargadas de electricidad y la tierra. La huella del movimiento de la energía en un arco eléctrico, he aquí la razón del rayo. Razón antigua y mitología contra razón moderna y científica: lo irracional de ayer se convierte en lo racional de mañana y cesa de inquietar, de dar miedo.


Lo irracional es lo que todavía no es racional, ya sea para un individuo, ya sea para una época o una cultura, y no lo que no lo será nunca. Lo que
hoy escapa a la comprensión conduce a los hombres a lanzar hipótesis extraídas de las fuentes de lo irracional, donde no existen límites: se puede recurrir a la imaginación más desbocada, a las ¡deas más peregrinas, con tal de que se tenga la eficaz ilusión de hacer retroceder la ignorancia. Desde el momento en que el problema ya no se plantea, tras el descubrimiento de la solución gracias a la razón, la creencia se abandona y va a parar al museo de falsas ideas que hasta hace poco se creían verdaderas.


En cambio, sobre ciertas cuestiones imposibles de resolver con el
progreso de la ciencia, de la investigación, de la técnica, lo irracional reina como dueño durante largo tiempo. Así, ante cuestiones metafísicas (etimológicamente, aquellas que se plantean después de la física): ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿adonde vamos?, para decirlo con expresiones cotidianas, dicho de otro modo: ¿por qué tenemos que morir?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿por qué disponemos de tan poco poder sobre nuestra existencia?, ¿a qué puede parecerse el porvenir?, ¿qué sentido dar a la existencia?, en efecto: ser mortal, no sobrevivir, sufrir determinaciones, no escapar a la necesidad, estar confinado a este planeta, son algunos de los motivos que hacen funcionar el motor irracional a toda máquina.


Todas las prácticas irracionales pretenden dar respuesta a esos problemas
  angustiosos: la existencia de espíritus inmortales que se mueven en un mundo donde se los podría interrogar con la ayuda de una mesa giratoria nos calma: la muerte no atañe más que al cuerpo, no al alma, que conoce la inmortalidad; la posibilidad de leer y predecir el porvenir con cifras, líneas de la mano, posos del café, una bola de cristal, cartas, fotos, nos apacigua: el porvenir ya está escrito en alguna parte, algunos (los médiums) pueden acceder a ese lugar y revelarme su contenido, no he de temer el buen o mal uso de mi libertad, de mi razón, de mi voluntad, lo que debe llegar llegará; la existencia de objetos volantes no identificados, por lo tanto, de planetas habitables, de una vida fuera del sistema planetario, de fuerzas misteriosas venidas de lo más recóndito de las galaxias, nos regocija: podemos creer que nuestra supervivencia en otra parte está asegurada por potencias que gobierna el cosmos y, por lo tanto, nuestra pequeña existencia, etc.


Lo irracional es un auxilio, sin duda, pero un auxilio puntual, porque no
cumple sus promesas. En cambio, la razón puede ser igualmente socorrida, pero con más seguridad: principalmente, cuando se concentra sobre la destrucción de las ilusiones y creencias, las ficciones creadas por los hombres para consolarse con los ultramundos, los más allá inventados, que siempre dispensan de un buen vivir aquí y ahora. La filosofía y el uso crítico de la razón permiten obtener otras soluciones, en este caso, certidumbres viables, y consuelos mucho más seguros: ante las mismas evidencias (la muerte, la limitación de los poderes humanos, la pequeñez del hombre ante la inmensidad del mundo, la angustia frente al destino), la filosofía proporciona medios para dominar nuestro destino, para convertirnos en los actores de nuestra existencia, para liberarnos de miedos inútiles y paralizantes —y no abandonarnos, atados de pies y manos, como niños, a los mitos de ayer u hoy. Dejad de mirar las estrellas, vuestro porvenir no está inscrito en ninguna parte: está por escribir -y solo vosotros podéis ser los autores.












SÉ TODOS LOS CUENTOS

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.



LEON FELIPE












¿Por que la manzana de Adán se os queda atravesada en la garganta?

 Antimanual de filosofia Michel Onfray

Porque el cristianismo ha mantenido la culpabilidad, y a menudo esta os hace la vida imposible, a vosotros y a la mayor parte de los hombres. Porque siempre existe una distancia entre la realidad de uno mismo y lo que Freud (1856-1939) llama el ideal del Yo, lo que uno se propone ser sin restricción.

Entre vuestros deseos y la realidad existe una profunda fosa. Si se ha colocado el listón muy alto, ya no es una fosa, es un abismo. En ese precipicio se corre el riesgo de no hacer pie, de que se vengan abajo cuerpo y alma. La conciencia desgraciada nace de la confirmación de la distancia mensurable entre nuestra realidad existencial cotidiana y nuestra aspiración a una vida magnífica.

Para evitar el sufrimiento, la pena de tener que constatar la extensión de esa separación, los hombres han inventado la negación, el arte de tomarse por lo que no son. Se niegan a hacer funcionar su conciencia con lucidez. Se habla de bovarismo (a imitación de Madame Bovary, de Flaubert) para calificar ese extraño talento que los hombres despliegan con la intención de imaginarse distintos de lo que son. En lugar de aceptar la evidencia de una existencia sin relieve, sin alegría, sin felicidad, sin placer, las individualidades bováricas se construyen una personalidad de reemplazo.

Toman, para decirlo en un lenguaje común, sus deseos por la realidad. El cristianismo se adueña de ese doloroso descontento consigo mismo y se apoya en ese foco de infección existencial: insiste en la naturaleza mediocre del hombre marcado por el pecado original, recuerda que la vida es una expiación, un valle de lágrimas, fuerza a aceptar este sufrimiento en relación con la falta de los orígenes -haber preferido el saber a la obediencia, la razón a la fe. La culpabilidad y la mala conciencia nacen de ese acontecimiento: porque la humanidad ha pecado, conoce el dolor de haber cometido la falta.


Inutilidad del odio a sí mismo

Algunos filósofos laicos, Kant (1724-1804) en particular, retoman esta idea cristiana y la suscriben: estando el hombre hecho de un palo torcido, es imposible tallar en él un recto bastón. No se puede esperar nada perfecto con un material básico impropio de la perfección. Mostrar que los hombres son pecadores, o están marcados por el mal radical, justifica el abismo entre lo real pecaminoso (marcado por el pecado) y el ideal de pureza. Quien tenga conciencia de esa gran distancia conoce la angustia, el temor, el temblor, el miedo, el descontento, el odio hacia si mismo, el desprecio de la vida y de su cuerpo. Según la lógica cristiana, los hombres son y seguirán siendo culpables en tanto sigan errando por esta tierra; no existe ningún medio de escapar a este destino trágico, salvo momentáneamente, viviendo conforme a los principios enunciados por los Evangelios.

Conciencia desgraciada y respuesta bovárica, pecado original y mal radical, después, refugio en la negación o el desprecio de sí, estas lógicas de huida no parecen felices. Esta teoría genera un malestar en la civilización. La conciencia descontenta de sí produce, como un veneno, una dosis mortal de pulsión de muerte vuelta contra uno mismo o dirigida contra el prójimo. El odio al mundo, a los otros y a sí mismo procede de la mala conciencia y del sentimiento de pecado original encarnado en lo más profundo de la carne. La violencia deriva de esta negatividad sostenida y transmitida por la cultura religiosa que la tradición moral apoya.

La mala conciencia asociada a un sentimiento agudo de culpabilidad produce en sus víctimas (con tal de que sean frágiles, de constitución psíquica débil) efectos devastadores. Una mala imagen de sí, una depreciación de sí, un trabajo negativo de la conciencia sobre la ¡dea que uno tiene de sí mismo, que aumenta el riesgo de comportamientos suicidas o mortíferos, agresivos o destructivos. El ideal del Yo impone su ley y hace vivir la conciencia en un estado de sumisión y sujeción perpetua. La presión social, al desarrollar la mala conciencia de un individuo, puede cortar todas
sus potencialidades de raíz y sumirlo en una considerable depresión psíquica.

La fuerte tendencia adolescente al suicidio procede de esta lógica: una presión social importante (momentánea pero vivida como interminable), la imposibilidad de hacerse un lugar en un mundo violento, brutal, el peso de las expectativas sociales, familiares, parentales, escolares, todo eso mina el temperamento y el carácter. La conciencia cede bajo ese fardo demasiado pesado de llevar. Uno se desprecia, ataca su cuerpo sobrecargándolo de comida o privándolo de alimento, oscila entre bulimia neurótica y anorexia mental. Obesidad y delgadez excesiva expresan la incapacidad de un ser para encontrar su justo peso, su justo lugar en el mundo. La conciencia yerra entre los imperativos que llueven de todas partes, la culpabilidad trabaja el alma y las ideas negras invaden lo cotidiano.


¡Escupir la manzana de Adán!

Entonces, toca luchar contra la mala conciencia teniendo en cuenta dos cosas: no hay pecado original, hay que fijarse ideales alcanzables, no sirve de nada proponerse objetivos inaccesibles, no hay ninguna utilidad en cargarse con el deseo y la voluntad de los padres, en llegar allí donde ellos han fracasado y en querer alcanzar las cimas en las que ellos mismos han acumulado derrotas. La conciencia del otro no puede servir de modelo a mi existencia: no estáis obligados a dejar operar, sobre el principio de los vasos comunicantes, la presión social que se sirve de la mala conciencia, del pecado y de la culpabilidad para asentar su imperio sobre vosotros.

Entre la falta de conciencia propia del delincuente, del criminal, y la pesada conciencia, se encuentra la justa medida en una ética creadora 
de valores, que permite evitar tanto la brutalidad de algunas relaciones, como el autismo en el trato con el otro. La mala conciencia puede también desempeñar un papel positivo. Principalmente cuando permite a cada uno experimentar remordimiento, arrepentimiento útil para realizar un auténtico examen de conciencia, a la salida del cual tomemos la medida de nuestras fuerzas y de nuestros límites para la acción. La conciencia se convierte entonces en instrumento de medida para establecer buenas relaciones consigo mismo, con el mundo y con los otros.


En el juicio moral, en la creación de virtudes, en el ejercicio del bien y de lo justo, en el conocimiento del mal y del vicio, la conciencia opera a la manera de un instrumento que separa el buen grano de la paja (las malas hierbas). En la acción, falta perspectiva sobre el acontecimiento. Solo el trabajo de la conciencia permite ver a qué se parece realmente una acción.

Entre uno y su yo puede ejercerse un juicio por medio del cual se progresa en el terreno moral. Ante el pecado, para decirlo como los cristianos, o cara a la falta, al error, al incumplimiento, a la incivilidad, la mala conciencia restablece el contrapeso y reinstala al sujeto en una buena posición ética.

Una vez próxima, la acción se efectuará con una mejor adecuación al ideal del Yo. Lo real y el modelo se acercan, la distancia disminuye y la necesidad de recurrir a las mentiras bovaricas o la negación desaparece.


Por lo tanto, os toca utilizar la conciencia como un instrumento de construcción de vosotros, más que como un útil de destrucción. Más bien un cincel de artista para esculpir vuestra existencia que un tipo de arma dirigida contra lo real o vuelta contra vosotros. Liberarse de la mala conciencia, del sentimiento de pecado, de las ilusiones y de las mentiras que uno se crea para tratar de soportarse mejor, permite concebir una existencia radiante y solar, alegre y sin complejos, en la que el otro es un compañero y un cómplice en lugar de una víctima, objeto del descontento por vuestra dificultad para existir. Liberad vuestra conciencia de la negatividad, reservad su uso para la construcción de una ética positiva de realización de sí: solo un ser contento consigo mismo puede sostener una relación ligera con el mundo. Escupid lo más rápido posible la manzana de Adán que, atravesada en vuestra garganta, os impide respirar...






¿Tiene Eva la manzana de Adán?

Antimanual de filosofía Michel Onfray

A los desprovistos de razón no se les concede poder social. Se los encierra, se los aparta de los lugares donde se toman decisiones, se los interna en asilos, hospitales, hospicios, incluso prisiones, se los embrutece químicamente: se los excluye del juego social. De manera que, además de ser un instrumento individual, la razón es, también, un instrumento social.

Cada sociedad educa una razón comunitaria que permite a cada uno de sus miembros distinguir el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto. Dicha razón define así la facultad de juzgar bien.

Por supuesto, esta facultad es relativa, social, cambiante.
En todos los casos, el enemigo principal y declarado de la razón sigue siendo la religión. Porque toda religión incita a la obediencia, a la sumisión, a la docilidad ante sacerdotes que supuestamente enseñan lo que hay que creer, decir y pensar. A la religión no le va la razón que aleja de lo irracional, de las supersticiones, de las creencias con las cuales se conduce, guía y embrutece fácilmente a la mayor parte de los hombres. La fe y la razón se oponen violentamente. Allí donde funciona la primera, no hay lugar para la segunda, y viceversa. Por un lado, la plegaria y el miedo a los castigos; por otro, la reflexión y la seguridad en las decisiones. El avance de la religión es correlativo al retroceso de la razón: todos los países en los que una dictadura teocrática (en nombre de Dios) se instala (Irán, Afganistán) tienen la razón, sus símbolos y sus instrumentos (las matemáticas, la filosofía, la historia, la sociología, por ejemplo) por enemigos que hay que combatir.

Las religiones del monoteísmo (un solo Dios invocado) -judaismo, cristianismo, islamismo— sospechan de ella igualmente. La Biblia manifiesta claramente su odio hacia esta facultad en el Génesis, donde se narra el pecado original generador de toda negatividad sobre el planeta: el trabajo, el dolor, el sufrimiento, la muerte. ¿De dónde viene el mal? De Eva, quien, en el jardín del Edén donde todo estaba permitido y existía en abundancia, con tal de que ella no gustase del fruto del árbol del conocimiento, prefirió probar el fruto en cuestión. ¿Qué quiere decir eso? Prefirió saber por sí misma, usar su razón para distinguir el bien y el mal por sus propios medios. Al optar por la razón, dice el cristianismo, Eva inventa el mal. No se puede representar mejor el odio a la razón.






¿Qué es Ilustración?

Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. Minoría de edad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin dirección de otro. El mismo es culpable de esta minoría de edad, porque la causa de la misma no radica en un defecto del entendimiento sino en la falta de la decisión y del coraje de servirse del propio sin dirección de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento! es, en consecuencia, la divisa de la Ilustración.

Pereza y cobardía son las causas de por qué una parte tan grande de seres humanos, después de que ya hace tiempo que la naturaleza los declarase libres de dirección ajena (naturaliter maiorennes), no obstante gustosamente permanecen de por vida menores de edad; y de por qué a otros les resulta tan fácil erigirse en sus tutores. Es tan cómodo ser menor de edad. Si tengo un libro que juzga por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia, un médico que me dicta la dieta, etc., entonces yo mismo ya no necesito molestarme. No tengo necesidad de pensar, tan solo con que pueda pagar, otros me sustituirán enseguida en la fatigosa empresa. La mayoría aplastante de seres humanos (entre ellos el bello sexo en su totalidad) tiene también por muy peligroso el paso hacia la mayoría de edad, descontando que causa penas: de ello ya se cuidan aquellos tutores que muy gratamente han tomado sobre sí la supervisión de los otros. Después de haber atontado en un primer momento a sus animales domésticos y de que hubiesen prevenido cuidadosamente que estas tranquilas criaturas osasen dar un solo paso fuera de las andaderas en que las habían recluido: posteriormente les mostraron el peligro que las amenaza si intentan caminar solas. Es evidente que, de hecho, este peligro no es tan grande, porque, después de caer algunas veces, hubieran acabado por aprender a caminar, pero solo un ejemplo de este tipo ya produce timidez y, por lo común, quita las ganas de hacer cualquier intento posterior.
KANT ¿Qué es la Ilustración?,

 



¿Por qué habríamos de ser razonables?

Antimanual de filosofía Michel Onfray

¿Quién entre vosotros puede jurar no haber escuchado nunca: 

«Sé razonable», «No eres razonable», «Eso no es razonable» o «¿Cuándo empezarás a ser razonable?» y otras invitaciones para sumarse a los argumentos de los padres? Nadie. De hecho, los adultos no pueden privarse de reprender o criticar un comportamiento que, a sus ojos, pasa por inmaduro, infantil o retrasado. Cualquiera que os reproche no ser razonable cree tener razón y por ese parecer se permite ordenar, juzgar y dar su opinión. Porque el uso de la razón es un verdadero desafío social, una lógica de guerra evidente en el combate por ser adulto -como decimos.

Ser razonable consiste en utilizar la razón como los otros. Muchas veces recompensamos a alguien con un: «Tienes razón» cuando simplemente piensa como nosotros y manifiesta una opinión exactamente conforme a la nuestra. De ahí procede la idea de que, siendo razonables, exponemos una proposición imposible de censurar, que damos muestras de un juicio sano y normal -en una palabra, que no somos poco razonables. No se puede ofrecer mejor perspectiva de esta expresión y sus supuestos: un individuo normalmente constituido utiliza su razón como todo el mundo para poner sus opiniones en conformidad con las de la mayoría.

De igual manera, esta expresión también significa que 
sabemos contener y retener nuestros deseos y anhelos. Al niño que quiere todo inmediatamente se le llama poco razonable, al que renuncia a sus deseos, en cambio, se le califica de razonable. Asi, la razón actúa como un instrumento de integración social y de dominio de sí, a través de la renuncia de sus impulsos primeros. Destruir en uno mismo los deseos, rechazar las pulsiones que quieren, ahí está lo que distingue al individuo razonable, y, por cierto, también responsable, digno de consideración. Renunciar a uno mismo, al mundo, diferir sus ganas, incluso extinguirlas: ¿se puede proponer proyecto más siniestro a los niños, los adolescentes, e incluso a los adultos?

Tomar sus deseos por la realidad, o a la inversa?
Los adultos integran al adolescente en su mundo si este ha aprendido a desplazar sus deseos a un segundo plano y a dar primacía a los imperativos de la realidad. La razón funciona en ese caso, principalmente, como un instrumento normativo (productivo de normas), una facultad útil para invertir la prioridad infantil que hace de la realidad ilusión según nuestro deseo. El adulto se define al contrario: toma la realidad por su deseo, trasforma lo real en objeto deseable y termina por acomodarse a él.
 



La razón razonable crea el orden social que reproduce los mecanismos jerárquicos útiles para el buen funcionamiento del mundo tal y como va. Allí donde impera la vitalidad natural, la razón opera con frecuencia una conversión y reemplaza el movimiento impulsivo por una sumisión cultural, un orden civilizado.

Igualmente, la razón puede servir para justificar otra cosa distinta 

al orden social. A veces, sirve también, desgraciadamente, para legitimar opciones indefendibles, inmorales o peligrosas. Su uso no garantiza la obtención de pensamientos sanos, elevados y delicados o moralmente defendibles. En tanto que instrumento, sirve a las más bellas tareas tanto como a las más bajas faenas. Desconfiad, pues, del uso de la razón si esconde una ideología perversa y peligrosa. La razón tiene también su vertiente sombría, no siempre se emplea para liberar a los pueblos: es igualmente utilizada por rétores, hábiles habladores, dialécticos retóricos (buenos oradores capaces de arrasar en los sufragios por procesos deshonestos), tribunos hipnóticos que envuelven la negatividad bajo formas específicas, racionales, y aparentemente lógicas.

Los fascismos, las tiranías, los regímenes autoritarios, los colonialismos se han desarrollado con razones, argumentos, demostraciones, teorías, dialéctica y, también, ciencia. Hitler, Lenin, Stalin, Mao, Pétain, todos han recurrido a la razón para fascinar a los pueblos y conducirlos del lado en el que triunfa la pulsión de muerte, el odio al otro, la intolerancia y el fanatismo destructor de hombres. Las doctrinas del espacio vital, la lucha de los 
más fuertes contra los menos aptos, el odio a los judíos, la guerra imperialista como salud de la civilización, la destrucción de la burguesía, la dictadura del proletariado, la lucha de clases, la revolución nacional, todas esas ideas-programas se han desarrollado ampliamente a golpe de razonamientos, de razón singular, con ayuda de las armas habituales de la retórica y la exposición de ¡deas, antes de traer al mundo las cámaras de gas, los campos de exterminio, los gulags después; más tarde, siempre con el mismo fervor racional, la bomba atómica, la purificación étnica, la guerra química. La razón también pare monstruos.

En el origen de lo peor hallamos pasiones nauseabundas, pulsiones animales y violentas, deseos de homicidio, resentimientos recocidos, odio al mundo en cantidad, voluntad de venganza, ya que todos los dictadores construyen su poder esencialmente sobre esas pulsiones fuertes y bestiales.


Seguidamente, usan la razón para disfrazar esos intereses primeros, y les dan una forma aceptable, presentable, a la cual una gran parte de individuos termina por asentir. Ser razonable consiste en rendirse a los argumentos de la autoridad, de la mayoría, del jefe, del dictador. ¿Poco razonable el individuo que no se pliega a esas razones perniciosas?

Se ha encerrado, aprisionado bajo la acusación de locura, a los rebeldes de esta razón mayoritaria y obediente, a los que preferían la razón crítica y resistente. A menudo, los regímenes políticos llaman loco al individuo que conserva su razón cuando todos la han perdido o la usan de manera errática.

Como un loco que estimamos desprovisto de razón, el opositor a los lugares comunes de su época pasa muchas veces, incluso siempre, por un original, una clase de benigno chalado, al que se le concede moderadamente el derecho de divagar, o a quien se le ofrecen, de vez en cuando, estancias en el hospital psiquiátrico.


 

Cuando la razón no es razonable

La razón no debe convertirse en ídolo, como fue el caso durante 

la Revolución Francesa, en la que los Templos de la Razón (iglesias transformadas en lugares consagrados a la veneración de la Razón, a veces personificada bajo el semblante de una chica joven llevada en procesión) brotan a la sombra de las guillotinas donde se decapitaba a los hombres y mujeres que no parecían razonables —porque no defendían las ¡deas de los proveedores de la Viuda (el sobrenombre dado al aparato de la Guillotina).

Culto de la razón también en Lenin, amante de la dialéctica (el arte de exponer las ideas bajo una forma científica, rigurosa y aparentemente irrefutable) e inventor de campos de deportación en Siberia. Desconfiad razonablemente de la razón, sabiendo que también se aplica para realizar 
fines culpables.
El riesgo en la empresa racionalizadora consiste siempre en querer reducir lo real y la complejidad del mundo a fórmulas prácticas pero falsas.

La razón sirve a menudo para reducir en un puñado de ideas simples una realidad más complicada de lo que se imagina a priori. La reducción racional y la planificación suponen que lo real es racional y que lo racional puede siempre convertirse en real. Sin embargo, existe un mundo entre esos dos universos, que se comunican bastante poco y mantienen relaciones difíciles.

Perdemos en inteligencia desde el momento en que aprisionamos con la razón, en pocas palabras, un mundo diverso, prolijo, resplandeciente; de igual manera, corremos el riesgo de la simplificación excesiva si nos decidimos a hacer de lo racional, de lo que tenemos una idea, modelo que ha de ser encarnado para producir efectos en la historia.

Los utopistas del siglo XIX anhelaron sociedades que les 
parecían racionales, razonables. Todo en ellas estaba decidido: desde la forma de vestir hasta la organización de las comidas, pasando por la dimensión de las casas, el reparto de las tareas, la estructura de la cuidad, el estatuto de los niños, de las mujeres, de los hombres, de las personas mayores, de los muertos, nada se dejaba al azar, todo estaba rigurosamente planificado según principios racionales. La razón, al haber ocupado todo el espacio, no dejaba lugar alguno para la fantasía, la imaginación, la invención, la creación -la vida. Todas las experiencias que buscaban la realización de esas microsociedades utópicas se han transformado en fracasos...

Allí donde lo razonable, lo racional y la razón triunfan por 
completo, surge con frecuencia el malestar, incluso lo peor. Dejemos a la razón el poder exclusivo de disipar las ilusiones, de destruir las creencias, de ser un instrumento crítico, de desmontar las ficciones falsas y que cuestan sangre humana. Desde el momento en que ella contribuye a crear nuevas ilusiones, a dar a luz quimeras racionales, anuncia siempre lo peor, mientras que, al contraro, debería ayudarnos a temer lúcidamente, y después a conjurar.

 







¿Flecha o círculo?
Antimanual de filosofia Michel Onfray

Los partidarios de Dios o de la razón, que se encarnan en lo real, ilustran una versión optimista de la filosofía de la historia. Al escribir «no future» en vuestros pupitres -si estáis en ellos-, ilustráis su versión pesimista, lo que supone una concepción del tiempo no en flecha ascendente, sino en círculo cerrado sobre sí mismo. Como los budistas que en Oriente creen en el eterno retorno de las cosas, en la repetición sin fin del acontecimiento una vez ha tenido lugar, vosotros os inscribís en esa lectura trágica de la historia:
lo que es, ya ha tenido lugar, y lo que tuvo lugar una vez se repetirá hasta el fin de los tiempos. Siempre hay, ha habido y habrá guerras, sangre, masacres, explotadores y explotados, dominantes y dominados, dueños y esclavos, y nada puede interrumpir ese movimiento perpetuo.

De la piedra tallada al teléfono móvil, el progreso técnico parece incuestionable; de la impotencia de los hombres ante la enfermedad a las operaclones quirúrgicas asistidas por ordenador, de una esperanza de vida irrisoria en el pasado a la de las sociedades modernas, se constata una evidente mejora de las cosas. Los niños ya no trabajan en las minas, al menos en Occidente, las mujeres son ciudadanas, ya no se encadena a la población de color a la que hasta hace poco tiempo incluso se le denegaba el derecho de tener un alma, los judíos ya no son marginados de la sociedad, y su ataque suscita la protesta de la mayoría, los homosexuales no son quemados en la plaza pública, sino que ahora tienen la posibilidad de constituir una pareja de hecho, la explotación de los obreros ha dejado de ser considerada normal y defendible: la pulsión de vida ha ganado terreno.

Sin embargo, la historia no está solo labrada por la pulsión de vida. También está habitada por la pulsión de muerte, que no ha retrocedido demasiado. Debéis evitar el imaginar su hipotética y definitiva desaparición del planeta. Seamos lúcidos, es una componente que no se puede desarraigar de la naturaleza humana, pero se ha hecho más evidente. Freud (1856-1939) mostró que existe y agita los movimientos históricos en superficie y en profundidad: la conocemos, la vemos, podemos conjurarla, contenerla, luchar violentamente contra ella, precavernos. Los optimistas ven la historia como un constante progreso; los pesimistas como una constante regresión; los trágicos tratan de ver lo real como es: una mezcla inextricable (muy intrincado y confuso) de pulsión de vida y pulsión de muerte.
















Emíl Michel Cioran (francés de origen rumano, 1911-1995)
 Filósofo trágico, estilista de la lengua francesa según la tradición de los moralistas del siglo XVII. Propugna una visión desesperada del mundo a partir de variaciones sobre los mismos temas: la caída, la desesperanza, la angustia, el nihilismo, el hastío, el suicidio, la descomposición. Muere en su cama, octogenario.

La historia no tiene sentido

El hombre hace la historia; a su vez, la historia lo deshace. El es su autor y su objeto, el agente y la víctima. Hasta hoy ha creído dominarla, ahora sabe que se le va de las manos, que se desarrolla en lo insoluble y en lo intolerable: una epopeya demente cuyo desenlace no implica idea alguna de finalidad. ¿Cómo atribuirle un objetivo? Si tuviera uno, solo podría alcanzarlo una vez llegada a su término y de él no sacarían provecho más que los superviviente, los restos; solo ellos se sentirían colmados, pues gozarían del incalculable número de sacrificios y tormentos que el pasado ha conocido. Visión demasiado grotesca e injusta. Si se desea a toda costa que la historia tenga un sentido, debe buscarse únicamente en la maldición que pesa sobre ella. El propio individuo aislado puede poseerlo solamente en la medida en que participa de esa maldición.



Un genio maléfico preside los destinos de la historia; es evidente que esta no tiene objetivo, pero se halla marcada por una fatalidad que lo suple y que confiere al devenir una apariencia de necesidad. Esta fatalidad, y solo ella, es lo que permite hablar sin ridículo de una lógica de la historia —e incluso de una providencia, una providencia especial sin duda, y más que sospechosa, cuyos propósitos son menos oscuros que los de la otra, la siniestramente bienhechora, ya que logra que las civilizaciones cuyo destino rige se desvíen siempre de su dirección original para alcanzar lo contrario de lo que deseaban, para desmoronarse con una obstinación y un método que denuncian las maniobras de una fuerza tenebrosa e irónica.

Desgarradura, traducción de Mª Dolores Aguilera, Montesinos, Barcelona, 1989









Verdades falsas y verdades verdaderas

El inconveniente es que los cristianos se han equivocado mucho y con frecuencia. Que han defendido verdades rápidamente convertidas en ilusiones y errores. Así, entre otras, el geocentrismo (la Tierra está en el centro del sistema solar), defendido contra la verdad de los científicos y de sus observaciones, frente a la verdad teológica enseñada en las Escrituras:
 al haber creado Dios la Tierra perfecta, esta no podía encontrarse relegada en una esquina del cosmos, por razones religiosas debía estar en el centro, incluso si, pruebas en apoyo, los cálculos de los astrónomos mostraban lo contrarío. El Vaticano condenó a Galileo (1564-1642), que enseñaba el helíocentrismo (el Sol está en el centro del sistema), con firmeza. Ha hecho falta esperar treinta años después del primer paso del hombre sobre la Luna para que el papa Juan Pablo II reconociese que Galileo tuvo razón tres siglos antes, al decir que el Sol y no la Tierra ocupaba el punto central en nuestro sistema.

 Verdad cristiana y teológica contra verdad laica y científica, verdad salida de la creencia y de la fe contra verdad procedente de la razón y la observación. El choque es rudo. Pues las verdades diversas, diferentes y sucesivas muestran opiniones cambiantes, certidumbres pocas veces inmutables, sino ocasionales y relativas a las condiciones históricas. La verdad es singular y no universal, relativa y no absoluta, particular y no general, está datada y no fuera de la historia y del tiempo. Es verdadero lo que una época enuncia como tal hasta que se prueba lo contrario. A veces, algunas verdades incontestables (en física, biología, química, historia:
hechos, datos, fórmulas) no pasan por la discusión porque una experiencia sin cese, posible de repetir, testimonia su validez y las certifica en todos los lugares y todos los tiempos. Pero fuera de ese pequeño capital de verdades irrefutables, no existe más que cambio.

 De ahí la validez del perspectivismo (la verdad no existe, solo existen perspectivas), o bien su verdad. La verdad remite así a la percepción subjetiva (en relación con un sujeto) de un objeto. Ahora bien, esta percepción nunca es total, englobante y general. Allí donde yo estoy, no veo más que una parte de lo que aparece ante mí. Si quiero ver las caras ocultas de un cubo, debo desplazarme, entonces no veo las que se me presentaban antes.

De ahí la condena a no captar más que una realidad fragmentaria, mutilada.
La verdad supondría una captación global, integral del mundo y de su constitución en detalle. Como un retrato cubista que despliega y pone de manifiesto volúmenes para mostrarlos todos sobre un mismo plano, el perspectivismo permite comprender las verdades múltiples, móviles, cambiantes, en su rol de instauración del sentido.


¿Qué hay que concluir de ello? No que ninguna verdad existe, lo que significaría dar argumentos al nihilismo, al revisionismo, al negativísimo que ponen en duda la existencia verdadera de hechos históricos probados (así, del proyecto nazi parcialmente realizado de destruir el pueblo judío), con el fin de alcanzar un destino político peligroso, sino que una verdad es una instantánea, un cliché, una imagen en el tiempo. Podemos, por lo tanto, hacer cambiar la verdad del momento, que se convierte en un error antes de la matización y proposición de una nueva verdad. Podemos pelear, debemos pelearnos por defender nuestra concepción de la verdad. Otros distintos que vosotros y nosotros, más tarde, según otras y nuevas perspectivas, propondrán nuevas imágenes, llamadas también a ser superadas. Y es normal, porque la vida es movimiento, solo la muerte es inmovilidad y petrificación, de lo verdadero como del resto. En adelante, os toca a vosotros...






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